Los Juegos Olímpicos de Londres van a acaparar la atención de miles de millones de ciudadanos, medios de comunicación, empresas y marcas comerciales. El deporte moviliza emociones y sentimientos, pero sobre todo puede influir en las actitudes y comportamientos de las personas, a través de los valores que transmite: esfuerzo, superación, perseverancia, igualdad, respeto, deportividad, solidaridad y compañerismo, éxito personal y colectivo, entre otros muchos. Los deportistas de élite son iconos y modelos de éxito, envidiados e imitados por muchos, alcanzan una gran notoriedad y son atentamente seguidos en los medios sociales. Hace unos días este diario presentaba los resultados de un estudio de la Fundación BBVA según el cual la mitad de los españoles es incapaz de citar el nombre de un solo científico. Por el contrario, el conocimiento sobre deportistas de élite españoles era muy amplio. Además del éxito, los valores del deporte permiten superar las dificultades. Buena prueba de ello es el impacto positivo que el deporte tiene sobre las personas con algún tipo de discapacidad. Los Juegos Paralímpicos y los Special Olympics son dos claros ejemplos de cómo el deporte contribuye a la integración de estas personas en la sociedad. Sin embargo, los beneficios de la práctica deportiva se han revelado también un vehículo para la transformación social. En el 2004 la empresa Danone, en colaboración con la Asociación de Deportistas para una Infancia Mejor (Addim), decidió poner en marcha las Escuelas Deportivas Danone, un programa social que a través de la práctica del fútbol y con el apoyo de padrinos como Vicente del Bosque, Pep Guardiola, Quini, Granero y Fernando Hierro, entre otros, ha conseguido tras ocho años de funcionamiento mejorar hábitos, comportamientos y el rendimiento escolar de niños con edades comprendidas entre los 6 y los 12 años. Las diecisiete Escuelas Deportivas Danone están ubicadas en centros escolares de barrios con necesidades socioeconómicas especiales de las principales provincias del territorio. El programa cuenta con cuatro pilares: entrenamiento deportivo –dos veces por semana–, clases de apoyo escolar y clases de educación en valores –ambas una vez por semana– y competición. Cada escuela cuenta con un padrino, futbolista o exfutbolista de élite, que de forma voluntaria visita periódicamente a los niños y comparte con ellos su tiempo. En estas escuelas se transmiten dos principios: por un lado, para ser buen deportista hay que ser primero buena persona y buen estudiante. Y por otro, las buenas notas y el buen comportamiento son condiciones para poder jugar al fútbol. Tras ocho años de funcionamiento, el programa se ha convertido en una alternativa de ocio positivo para más de 5.000 niños y niñas y se ha podido constatar que la práctica deportiva ha contribuido a que estos niños y niñas sean mejores estudian- tes, mejores deportistas y más sanos y mejores ciudadanos. A través de un seguimiento trimestral y el posterior estudio de impacto realizado por Esade se ha observado una mejora en el rendimiento académico y en la asimilación de hábitos y comportamientos relacionados con la higiene, la alimentación, el civismo, la relación con otros compañeros y con sus familiares. El rendimiento académico ha mejorado gracias al refuerzo en lectura comprensiva y al estímulo de poder participar en las competiciones deportivas. Los alumnos que afirman mejorar las notas alcanzan casi el 40%. La adquisición de hábitos y comportamientos positivos también se ha constatado en múltiples aspectos: en una alimentación más equilibrada; en la relación con los compañeros y rivales, dado que el deporte deja de ser una simple competición y pasa a ser un juego de equipo, trascendiendo esta cooperación más allá del ámbito deportivo y reflejándose en el comportamiento de los alumnos con sus monitores, tutores y padres (el 40% dice que se pelea menos), y en el propio éxito deportivo. Algunos de los niños que han finalizado su actividad en estas escuelas han continuado jugando a fútbol en categorías inferiores de equipos de primera fila; el programa ha trascendido al ámbito familiar y al entorno de la escuela, integrando a las familias y a los centros escolares, rompiendo barreras culturales y sociales. En definitiva, se ha demostrado que la práctica deportiva contribuye a mejorar las actitudes y comportamientos de los niños y niñas de las Escuelas Deportivas Danone porque les exige en primer lugar un desarrollo personal basado en el esfuerzo, el compromiso, la perseverancia y la disciplina y, además, les proporciona un estímulo para mejorar las notas al apoyarse en elementos emocionales como los padrinos y la participación en las competiciones deportivas.
Fue Aristóteles quien dejó escrito que los hábitos buenos adquiridos en la juventud son los que marcan la diferencia. Es necesario un deporte bien enfocado donde se destaque el sacrificio, el trabajo, el espíritu de superación, la búsqueda de soluciones, la aceptación de unas reglas, el respeto, el acato de la autoridad, el sentimiento de formar parte de un equipo (bueno para la integración) y el aprendizaje de aceptar la derrota, el fracaso… Hemos de tener muy claro que es falso aquello que comentan algunos padres: “Mientras mi hijo practique deporte estoy tranquilo porque está haciendo algo sano”. Hemos de ser conscientes de la naturaleza ambivalente del deporte. La práctica deportiva puede ser fuente de educación, de salud, de integración, pero puede ser también motivo de ignorancia, enfermedad, violencia y exclusión. Desgraciadamente, la mayor parte de los niños que practican un deporte están dirigidos por personas que no saben absolutamente nada de todo esto. Sin embargo, esos niños están perdiendo la mejor oportunidad de su vida de aprender algo esencial en su formación integral.
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